Tarata

viernes, 5 de octubre de 2012

El Caudillo en la Historia de Nuestras Vidas, Un Artículo del Pasado en Nuestro Presente


Hola a todos y todas. Los invito a leer y analizar el siguiente artículo histórico, que trata sobre el caudillismo latinoamericano. Las líneas son de décadas atrás, sin embargo la idea se mantiene fresca.


El Regreso del Caudillo

El tema de los viejos caudillos históricos parece estar de moda en la literatura hispano-americana de hoy. Tres de los más importantes novelistas actuales, anuncian obras que tienen por tema la figura casi mítica del caudillo. De Alejo Carpentier, un libro de título burlón, con ecos cartesianos: El recurso del método, de Gabriel García Márquez, quien ganó prestigio universal con Cien años de soledad, se espera la publicación de El Otoño del Patriarca y de Augusto Roa Bastos Yo el Supremo, una evocación de la sombra legendaria del Doctor Francia.

No he leído estos libros y no voy por lo tanto a hacer ninguna referencia crítica a ellos, pero debe haber mucho más que una mera coincidencia en esta común escogencia de un tema. Estos escritores, movidos por el deseo de penetrar en la esencia de lo hispano-americano, han sentido en alguna forma que en ese personaje vario, enigmático y poderoso se revela mucho del carácter y la confusa realidad de ese fascinante y desconocido mundo.

Los caudillos dominan el escenario de la vida latinoamericana desde el día siguiente de la Independencia hasta por lo menos los albores de la Segunda Guerra Mundial. Se dieron en casi todos los países y produjeron algunas de las más extraordinarias personalidades del Nuevo Mundo. Fueron, en su mayoría, guerreros y hacendados, representantes de la mentalidad y de las condiciones de un medio rural muy primitivo y simplista. Hubo también algunos hombres de ciudad y doctores de preocupaciones humanísticas y religiosas como Francia, García Moreno o Estrada Cabrera, cuya imagen terrible ha conservado para la posteridad Miguel Ángel Asturias en El Señor Presidente.

No es fácil estudiar y llegar a una evaluación justa de los caudillos en su tiempo. Mientras vivieron y dominaron no dejaron otro testimonio que el de la más desenfrenada lisonja y la más completa sumisión, todos los títulos, desde Salvador de la Patria hasta Ilustre Americano, les fueron concedidos y todas las loas, todos los ditirambos; se les levantaron monumentos y se dieron sus nombres a ciudades y provincias. Pero, por el otro lado, no hay sino la violenta y apasionada negación de sus contrarios que los reducen, de un modo irrazonable a monstruos infernales, criminales natos, o maniáticos del poder surgidos de la descomposición moral para castigo de un país.

De entre esa balumba de contradictorias exageraciones es muy difícil rescatar la significación y la fisonomía real de los caudillos.

¿Quiénes fueron y qué representaron esos hombres que dominaron por generaciones enteras, con la aceptación entusiasta o pasiva de la mayoría nacional, a países de importancia histórica? ¿Qué hizo posible que los mexicanos López de Santa Ana y Porfirio Díaz llegaran a absorber en su persona, en su voluntad, en su presencia política la vida de un gran país, rico de vieja civilización por cerca de las dos terceras partes del primer siglo de su Independencia? Cosas muy parecidas podrían decirse de Rosas en la Argentina, o de Flores en el Ecuador, o de Melgarejo en Bolivia, o de Páez y Juan Vicente Gómez en Venezuela.

Un fenómeno político tan persistente y poderoso no puede explicarse como un mero accidente o como el resultado de un azar personal. El caudillo no surgió de ninguna doctrina, de ninguna ideología, de ningún plan preconcebido, sino que fue un producto espontáneo y casi natural de le situación histórica de la América Latina en el siglo XIX. Destruido el orden político de la colonia, por encima de las concepciones de los teóricos políticos y de los revolucionarios de asamblea, la realidad social y económica produjo el caudillo. Surgió de la realidad social del campo y de las viejas relaciones de dependencia y familia entre el hacendado y el peón y se definió y tomó forma definitiva en la guerra. Los grandes caudillos comenzaron como hacendados o como peones llevados a la guerra que terminaron como jefes y hacendados. Su sistema tenía poco que ver con doctrinas y principios, veían con desdén las constituciones y las leyes que redactaban los gárrulos doctores de la ciudad y gobernaban seguramente por el conocimiento de los hombres, los intereses y las situaciones reales que les venía de su rica experiencia vital. Los doctores intentaban revestirlos de teorías políticas y de títulos, pero ellos sabían que el asiento verdadero de su poder residía en la lealtad personal de grupos de hombres y de sectores de intereses. Habían aprendido en la vida a ser buenos administradores y buenos jefes para sus hombres y representaban a la perfección para su momento una imagen paterna poderosa que generaba lealtades primitivas y directas.

Muchas de las claves para entender el difícil mundo hispano-americano están enterradas con ellos. Llegaron a una tan extraordinaria consubstanciación con su tiempo y su medio que es casi imposible aislarlos. Se cuenta de Don Porfirio que algún día al levantarse decía, como si se quejara de algún achaque personal: “Hoy me amaneció doliendo Guadalajara” y poco después se recibían noticias de que algo anormal había ocurrido en aquella provincia. Por otra parte, la obediencia ciega y suicida dé los soldados de Solano López era tan grande, que cuando un general enemigo les preguntaba: “Y si Solano los manda a volar ¿vuelan? “ respondían con inmutable convicción: “Bajito. . . pero volamos”.

Después de todo ya sería tiempo no solo de que los novelistas sino también los sociólogos descubrieran que hasta ahora la más original y acaso la única creación política del mundo hispano-americano no ha sido ciertamente el caudillo.

Revista VISION, 27 de julio de 1974.

Han pasado Casi 50 años desde que se redacto este artículo, sin embargo para el Perú y otros países latinoamericanos, el caudillismo sigue presente y latente. ¿No es acaso Ollanta Humala producto de la devoción por el caudillo? que muchos peruanos llevamos inconcientemente...

Por hoy es todo, soy el Dr. Azul en Tarata 21...

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